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Lámina decorativa realizada por Cristina Maser. Una reproducción de una ilustración original hecha en acuarela e impresa en papel verjurado de 220 gramos. Un papel con textura perfecta para la mancha de la acuarela. Hazte con esta lámina para dar un toque especial y natural a tu espacio. Puedes colgarla en la pared del salón, en vuestro dormitorio, en la cocina, en la habitación de vuestros niños, en el pasillo o puedes regalársela a tu madre o a tu padre, o a tu mejor amigo, o a tus abuelos…
* Marco no incluido
* Gastos de envío no incluidos
* Entrega 4 días hábiles aprox.
Nuestra atención se dirige también a vuestro hogar. El estilo refinado y evocador de las invitaciones se advierte enseguida en las láminas decorativas que presentamos. Las plantas parecen invocar a la tranquilidad, a la calma y, sabedora de ello, Cristina Maser se deja envolver por esa magia que nos involucra directamente con la naturaleza para realizar estas espléndidas acuarelas. Y porque siempre puede surgir un relato tras las cosas que contemplamos, hemos escrito algunos inspiradas en las láminas.
Se llevaban tan bien que habían llegado incluso a parecerse físicamente. Pero lo más importante era que la naturaleza les había otorgado un don que les permitía saber lo que pensaban o sentían sin necesidad casi de hablar. Para ellas, siempre tenía mucho más valor un gesto, una sonrisa, una simple mueca de complacencia o de desilusión que una palabra. Habían pasado por muchas dificultades; mantener una amistad tan intensa en la que no existía la posibilidad de ocultarse nada, suele llevar al desengaño. Sin embargo, ellas que, como se suele decir, no eran de la misma sangre, sí que parecían compartir su color, rotundo y flamante que podría simbolizar la vida, esa fuerza convertida al final en capacidad de resistir. Nunca se habían ocupado de halagarse mutuamente, al estilo de lo que suelen hacer muchas personas con sus amistades. A ellas les unía un auténtico afecto, que había echado raíces y crecido sin que mediara ni un ápice de deslealtad, sin que el miedo regara esa tierra de por sí fértil que los excesos debilitan. Acostumbrada su gran amistad a comportarse como lo más natural de este mundo, las dos formaban parte de él con una sencillez que la gente, a menudo rechazaba, que incluso parecían querer combatir. Ese pequeño mundo que las dos habían formado, no tenía ninguna pretensión de durar eternamente, no eran unas ingenuas, sabían perfectamente que nada era eterno, ni siquiera el universo. Además, les había ocurrido algo mágico, una especie de milagro que todavía les resultaba difícil de creer. Una noche, vieron desde la terraza de su casa situada en el primer piso alguien en el jardín al que daba la fachada. Era un chico joven apoyado en un árbol que parecía muy pensativo, muy concentrado en sí mismo. Ambas tuvieron la sensación de que aquel joven era muy especial.